domingo, 18 de enero de 2009

Un milagro.


Hace veinte años, exactamente, más o menos a ésta hora (2am) yo dormía plácidamente, con aire acondicionado; vivíamos en la casa de una tía, la Tía Tecla... (en mi mundo, tía se escribe con mayúsculas, nunca supe bien por qué). 
Dormía sin saber, sin entender y sin haber vivido demasiado más que nueve años, en los que la aventura más grande era hacer enojar a mi hermano mayor, buscar refugio en la panza de mi viejo para dormir una siesta escuchando ecos de voces de mayores, y, a veces, soñar con ser estrella de rock... Eramos una familia muy poco normal, padre bancario, mudanzas una vez por año y una niñez prestada en cada esquina sin amigos duraderos ni formas familiares de bancos de plaza que recordar, o que extrañar. Colegios y gente nueva siempre.

Hacia el medio día de ese mismo día, el diecinueve de enero de mil novecientos ochenta y nueve yo miraba dibujitos (He-Man creo) y esperaba el momento para las milanesas con papas fritas cuando, así sin más, mamá pegó un grito raro; mi cabeza dio mil vueltas pensando en qué juguete había dejado tirado y si no había hecho la tarea. Fui a la cocina, la encontré agarrándose una panzota de nueve meses y diciendo -Dale, dale, no me puedo comunicar con tu papá, corré hasta el banco y avisale que viene el hermanito-; fue, sin lugar a dudas el único momento en mi vida en el que sentí, cagazo, alegría, conciencia y celos todo junto..., contuve el vómito por el susto y salí corriendo; así como estaba, con una musculosa y bermudas negras y naranja y descalzo. Si pienso y hago mucha memoria, si pongo mucha fuerza puedo recordar el sonido de las ramitas de paraíso quebrándose a mi paso, y también recuerdo que no me dolía, que no sentía nada que eran, para mi, nimiedades del mensajero para quien es más importante el mensaje que los medios... 
Lástima, al llegar al banco, mi viejo ya había salido al hospital y, como por arte de magia reabro los ojos unas horas después, en la puerta de una habitación, en alguna clínica o, como dije, hospital... adentro, mi vieja recostada más bella que nunca; a su lado, un milagro.  

Si hago fuerza recuerdo la primer noche que dormiste en casa, recuerdo los nervios porque la casa esté linda y recuerdo, con lujo de detalle, la primera vez que te toqué la cabeza y pensé, "puta..., salió cabezón el guacho" y a la vez "me querrá cuando sea grande?, jugaremos juntos a la pelota?, nos pelearemos mucho?, estudiaremos juntos?". Si hago aún más fuerza, me acuerdo de la primera vez que nos peleamos, la primera vez que lloré por tu culpa o vos por la mía, el primer juguete que me rompiste; la primera vez que te pegué a escondidas y hasta la primera vez que no pude imaginarme la vida antes que existieras. Y los momentos en los que esas dudas se fueron disipando, los momentos en los que nos vimos crecer, en los que quisimos estar lejos, muy lejos para que ningún mal nos toque. Tu primer paso, tus llantos por la noche, el consuelo de mamá, sus caricias sanadoras; tus miedos de más grande, tu cuerpo chiquito, tus salidas ocurrentes, tus golpes y, de nuevo, las manos de mamá, ¿te acordás?, te acordás de mamá diciendo el "co fe cu da, a las cinco llagas....", te acordás de sus ojos con calma?..., espero que sí; tanto como yo, tanto como quiero que ese recuerdo quede ahí. Tanto como recuerdo la primera vez que abrí los ojos y te vi un hombre, con el peso de los años en la espalda, veinte años después.

Recordando así y, casi sin querer, me digo "Néstor (para mis adentros cambio los nombres, tampoco sé por qué) qué difícil fue crecer juntos, qué complicada fue la vida de pueblo en pueblo y, volviendo en el tiempo, me veo encontrando ese recuerdo, ese amigo, ese compañero a quien extrañar, a quien valorar, a quien volver para hablar cuando se lo necesita. 

Ese era el principio de la amistad más larga y duradera; al menos una de las dos que tengo. El destino nos hizo el regalo de que existas, nos dio la dicha de poder, hoy veinte años después, saberte real, saberte único, saberte querido, saberte extrañado y, sobre todo..., saberte milagro.  



Te quiero, feliz cumpleaños.

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